Los alumnos que en 2012 comienzan su etapa universitaria, tenían ya —en su mayoría— doce primaveras en 2006. En tanto, Google tenía siete, LinkedIn tres, Facebook dos, YouTube uno y Twitter estaba naciendo.
Ya pasaron seis años de ese momento que, en la vida post internet, es mucho tiempo. En 2012 estamos en un mundo global, plano —según Friedman— e interconectado. Vivimos atiborrados de información y la atención se desvía fácilmente por cientos de impulsos.
Recuerdo que en mis años universitarios fue el celular —sólo con funcionalidad de teléfono— el gran interruptor. Hoy el mismo aparato desvía la atención, pero con el detalle que ya no es un teléfono, sino que
un computador, que está ahí, al alcance de la mano, siempre. Esto no hace más que multiplicarle el enorme desafío al profesor: ganar (y mantener) la atención de un alumno durante horas y demostrarle por qué la experiencia de aprendizaje del aula es mejor que preguntarle a Google. Y no es broma.
Ya lo cuestionó
Michael Wesch, profesor de Antropología de la Universidad de Kansas, a través de un experimento que realizó con alumnos de su clase y lo tituló
visionsofstudents.org. Wesch plantea muchas interrogantes sobre el desafío académico que significa atraer la
atención de las nuevas generaciones que crecen con internet.
Pero no sólo la atención sufre. Datos interesantes muestra el crecimiento explosivo del aprendizaje a distancia y en línea. En EEUU, según la
Sloan Survey of Online Learning de 2010, casi 6 millones de estudiantes tomaron un curso a través de la web en el segundo semestre de 2009, lo que significó un crecimiento de 21% respecto del año anterior y pronostica que se alcancen los 14 millones en 2014. Además hay estudios que han demostrado que el
e-learning es más eficaz que la educación cara a cara en algunos aspectos del aprendizaje, aunque los mejores resultados concluyen que el éxito llega de la combinación de ambos (
blended learning).
Pero esta combinación trae consigo un tremendo cambio: la aula invertida o
flipped classroom. Los estudiantes en vez de ir a escuchar al profesor al aula y realizar las tareas o trabajos en la casa, van a la sala de clases a realizar los trabajos y obtienen la materia de clases desde la web. El modelo que más ruido ha provocado por esta apuesta es la
Khan Academy, creada por Salman Khan y auspiciada por la fundación de Bill Gates, que cuenta como casos de éxito que niños de diez años -amantes de las matemáticas- sean capaces de resolver problemas de estudiantes de ingeniería.
En realidad esto de internet hoy nos parece fascinante, pero la verdad es que es un invento tan espectacular y revolucionario como lo fue en su tiempo el refrigerador o el automóvil. Esta fascinación no es tal para las nuevas generaciones que crecieron con Google. No se cuestionan el antes y el después, simplemente utilizan Google.
He aquí el desafío:
los docentes deben comprender el poder de las nuevas tecnologías de comunicación para aplicar y mejorar el modelo de aprendizaje. Deben darse el tiempo para esto. En este sentido, el experto en educación norteamericano Will Richardson advierte en su
blog: “Si no comenzamos a escribir una nueva visión de la pedagogía, que se centre no sólo en hacer las cosas mejor, sino que en un cambio real que prepare a los niños a ser innovadores, emprendedores y -lo más importante- continuos estudiantes, sucederá que los profesores competirán con máquinas y alternativas académicas más baratas y fáciles de implementar”.
Pero el desafío docente es aún más complejo. El libro
Aprendizaje Invisible (Cobo, Moravec, 2011) postula que
“las habilidades digitales” como usar eficientemente un motor de búsqueda, interactuar en redes sociales o saber cómo almacenar y compartir información en la red, resultan invisibles en la educación tradicional, “aunque sean competencias fundamentales para el mundo actual”. Es decir, los académicos no sólo deben empaparse de las nuevas tecnologías para entender el ecosistema de sus alumnos, sino que deben enseñarles a utilizar -de forma eficiente y ética- estas nuevas herramientas en su vida profesional.
¿Quién podría vivir hoy sin Google? ¿Sin correo electrónico? Esto es recién el principio. Internet pronto se entenderá como una necesidad básica que se sumará al agua, la luz y el gas. Y esta sociedad interconectada es la más grande invitación que ha tenido la humanidad a un aprendizaje y a un debate de ideas (innovación) constante en un flujo incesante de información.
La tecnología está al servicio de la educación y debe tener un propósito al respecto. La responsabilidad de que ésta no se transforme en un problema académico -y concentre atención más que la disperse- está en manos de los docentes.
“¿Facebook? ¿Twitter? No gracias, no tengo tiempo”, es una frase que he escuchado varias veces. El dilema no es ese, sino que el docente comprenda que internet no es un juego, menos una moda, y que está escribiendo un nuevo paradigma en el pilar de su esencia: la Educación.